2º Domingo de Cuaresma, ciclo C
Gen 15,5-12. 17-18 - Flp
3,17--4,1 - Lc 9,28b-36
En un país -como el nuestro- con tantos millones de católicos:
¿Escuchamos los lamentos de niños,
jóvenes y adultos maltratados?
¿Vemos sus rostros desnutridos,
sufrientes, preocupados?
¿Qué hacemos por ellos? ¿Qué formación cristiana le ofrecemos?
Maestro,
¡qué bien estamos aquí!
A sus discípulos que “sueñan” con un Mesías poderoso,
Jesús
les dice que será condenado a muerte y resucitará al tercer día.
Luego,
para anunciarles la victoria de la vida
sobre la muerte,
con
Pedro, Santiago y Juan, Jesús sube a una montaña a orar.
Durante
el tiempo que Jesús ora, su rostro
cambia de aspecto.
Fue
entonces cuando Pedro le dice: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Al
decir esto, Pedro busca llegar a la meta sin pasar por la cruz,
dejando
en la otra orilla a muchas personas que sufren
injustamente.
*Cuando en el campo y en la ciudad hay niños y niñas que:
-son
golpeados por la pobreza desde antes de nacer,
-son
víctimas de la prostitución, violencia y trabajo infantil,
-viven
abandonados caminando por las calles…
estos
niños y niñas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los jóvenes de la ciudad y de los barrios marginales:
-viven
frustrados al recibir una educación de baja calidad,
-sin
oportunidad de progresar ni de encontrar trabajo digno…
estos
jóvenes, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los campesinos de la Sierra y los
nativos de la Selva:
-son
desalojados de la tierra donde han nacido,
-sobreviven
con salarios miserables de hambre,
-están
sometidos a fríos cálculos económicos,
-tienen
dificultades para organizarse y defender sus derechos,
-y
al ser ancianos son abandonados por el sistema consumista…
estas
personas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
(Cf.
Puebla, n.31-39; Santo Domingo, n.178; Aparecida, n.65 y 402).
Este
es mi Hijo elegido, escúchenle
Desde que Jesús se transfiguró en una
montaña, la voz del Padre
nos
dice: Este es mi Hijo elegido, escúchenle. Sin embargo,
-¿qué
hemos hecho de las enseñanzas y obras de Jesús?
-¿bastará
realizar ceremonias rutinarias solo por “cumplo-y-miento”?
-¿qué
trato damos a los niños, a los jóvenes y
a los adultos?
Al
respecto, reflexionemos en el ejemplo del Profeta de Nazaret.
*Un día, le traen a Jesús unos niños para que los bendiga,
pero
los discípulos (que ya se creen “dueños” del Reino) se oponen.
Viendo
esto, Jesús llama a sus seguidores y les dice:
Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan,
porque el Reino de Dios pertenece a los
que son como ellos.
Les aseguro, el que no recibe el Reino
de Dios como un niño,
no podrá entrar en él (Lc 18,15-17).
¿Acogemos
el Reino de Dios que está cerca de
nosotros (Lc 10,9),
con
la sencillez, la alegría, la ternura, la transparencia de los niños?
*En Naín, llevan a enterrar al hijo
único de una madre viuda.
Jesús
al ver a la madre, se compadece de ella y le dice: No llores.
Luego
toca el ataúd y exclama: Joven, a ti te digo, levántate (Lc 7,11ss).
-A Jairo, Jesús de dice: Tu hija no ha muerto, está dormida;
después,
tomándola
de la mano, le ordena: Muchacha, levántate (8,49ss).
-En la parábola del padre
misericordioso, el hijo menor reflexiona
y
dice: Me levantaré y volveré a
la casa de mi padre (Lc 15,11ss).
Hoy,
para construir una comunidad fraterna, debemos levantarnos,
salir
y compartir nuestros bienes, como hacían los cristianos al inicio:
No había entre ellos ningún necesitado (Hch 4,34s).
*El programa que Jesús anuncia en la
sinagoga de Nazaret (Lc 4,18s)
es
Buena Noticia para hombres y mujeres pobres, ciegos,
oprimidos.
Ahora
bien, Jesús no solo enseña… pone en práctica su mensaje:
Vayan y digan a Juan el Bautista lo que
han visto y oído:
los
ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,
los
muertos vuelven a la
vida, los pobres son evangelizados,
y felices
los que no se escandalizan de mí (Lc 7,21-23).
Mientras
Jesús enseña, una mujer levanta la
voz y le dice:
Feliz la madre que te dio a luz y te
crió. Jesús le contesta:
Felices más bien quienes escuchan a Dios y le obedecen (Lc 11, 27).
Para
cambiar nuestra sociedad, hace falta convertirnos.
Solo así,
podremos
decir: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
J. Castillo A.
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