martes, 10 de agosto de 2021

 Ap. 11,19a; 12, 1-6a.10ab; 1 Cor. 15,20-27ª; Lc. 1,39-56



El libro del Apocalipsis

Hay quienes consideran el libro del Apocalipsis como libro esotérico, es decir, unos escritos que contienen enseñanzas ocultas reservadas sólo a unos pocos. Craso error, porque el Apocalipsis no es en libro que contenga la revelación de las calamidades futuras de la humanidad mientras regresa Jesús al final de los tiempos. Se trata más bien de un libro que, recurriendo a una amplia símbología, narra la lucha entre el bien y el mal, las dificultades que encontrará el cristianidmo naciente, quedando claro que la victoria final es la del bien, la de los santos.

En la solemnidad de la Asunción de María esa lucha y victoria última está simbolizada, entre otras, en una figura portentosa que aparece en el cielo: “una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora y gritaba entre los dolores del parto”. ¡Hermosa imagen de lucha la del parto como momento que apunta al nacimiento de algo nuevo! ¿No nos recuerda este dolor al de la Cruz?  

Por otra parte, en el mismo texto, se habla de “un dragón rojo... que estaba enfrente de la mujer dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera”, dragón que representa al demonio, al mal, que quiere devorar el bien, que no es otro que el niño, figura e imagen del Mesías, “un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos”.

La visión apocalíptica habla de que el niño es “arrebatado y lo llevaron junto al trono de Dios” (ascensión de Jesús a los cielos), “Mientras tanto, la mujer escapaba al desierto”. Otra imagen para interiorizar: el desierto como retiro de la humanidad y lugar para activar la esperanza en la victoria de Cristo, sumo bien:  “Ya llega la victoria, el poder y el reinado de nuestro Dios, y el mando del Mesías”.

Cristo, María y la Iglesia 

Podemos decir que esa mujer de la que habla el Apocalipsis es la Virgen María. Así lo ha reconocido la tradición cristiana. ¡Cuántos artistas la han pintado y esculpido así: nimbada de luz, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas!; tras la ascensión de su Hijo ella espera también su propia asunción.

Pero también podemos ver en esa mujer a la Iglesia, que, con dolores y sufrimientos –martirio- testimonia, da a luz, a Jesucristo; la Iglesia  que lucha contra el mal en el mundo, que sigue en el desierto a la espera de la victoria definitiva de nuestro Dios. En la Asunción celebramos la glorificación de María, pero no la celebramos desconectada de nuestra realidad, sino como “primicia de la Iglesia que un día será glorificada” (prefacio de la solemnidad).

Ahora bien, a María hay que contemplarla siempre unida al misterio de Cristo. La carta primera de san Pablo a los Corintios nos viene a recordar, eso, que el primero de todos es Cristo “resucitado, primicia de todos los que han muerto”. Que en esta fiesta mariana se proclame tan claramente la resurrección de Cristo es una manera directa de indicarnos que la figura de María, su importancia en la devoción y de la Iglesia no se comprende desligada del del HIjo.

En última instancia, lo que celebramos en la Asunción es la victoria de Nuestro Señor sobre el mal y la muerte. No olvidemos que Cristo “ascendió” a los cielos (Él mismo realiza activamente ese acto, porque tiene poder para ello; en otros textos se dice que “fue elevado” por el Padre; de todas formas es una acción sólo posible por el poder de Dios) mientras que la Virgen María “fue asunta” (asunción; no asciende por su poder sino por el poder de otro: Dios).

En la Asunción de María se nos muestra el destino de la Iglesia. Si ella, la primera cristiana, la Madre de la Iglesia Santa, el modelo de los creyentes, ha llegado a la meta de la salvación, ¡Alegrémonos porque, hacia Cristo y hacia ella también nos dirigimos los creyentes confiados en participar como María de la victoria de Cristo!




Al cielo desde la tierra

La victoria es de nuestro Dios, pero no se realiza sin nosotros. Es gracia actuada por Dios, pero también aceptada y respondida por la persona. Algo que el recientemente fallecido místico, poeta y obispo Pedro Casaldáliga daba a entender diciendo que "la tierra es el único camino que nos puede llevar al cielo".

María alcanzó la gloria de la incorrupción. Ella fue la elegida del Señor. Pero tuvo conciencia de que no son sus grandezas las que hay que cantar sino las de Dios (cf. Magníficat). Dios es el único que salva. Ella sólo fue elegida y acompañada. ¿Quiere decir esto que María no tuvo que poner nada de su parte para alcanzar el cielo? ¡De ninguna manera! María tuvo que responder con sus actos ante Dios, como tú y como yo. Y mostró una responsabilidad ejemplar. Imitó a su Hijo con una vida de servicio total a Dios en los hombres. Subió al cielo desde la tierra. "Dios ha mirado la humildad de su sierva". No olvidemos que humildad viene de humus, tierra. Qué bien entendió esto el obispo de la Amazonia brasileña que, misionero del Corazón de María (claretiano), amó la tierra, se hizo humus con los humildes de este mundo.

En esto imitó a María, entrega generosa en la pobreza de Belén, en el servicio escondido de Nazaret o en la disponibilidad para atender a Isabel. María entendió perfectamente la predicación de Jesús, que dijo que “no he venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28) y que “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Mt 23,12). No me cabe duda de que estas enseñanzas las s en el libro abierto que fue para Él su Madre. El mismo evangelio lo deja entrever; ante la alabanza a María que surge de la multitud Jesús responde de manera insospechada: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Bien vista tenía Jesús esta bienaventuranza en el día a día de la madre que le amamantó, acunó y educó en su infancia y juventud. 

María tuvo vocación de tierra, “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), y con pies bien asentados en la tierra mereció el cielo. No se podría esperar otra cosa de quien llevó en su seno al mismo Verbo encarnado, Dios hecho tierra para salvar a la tierra.


* * *

María es modelo e imagen de la Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús por su actitud oyente (obediente) y comprometida frente al evangelio de Jesús. 

Tú también eres llamado o llamada también a responder a Dios como María, y como ella estás destinado o destinada al cielo. Para ello no necesitas elevarte, solo descender a tu realidad, mirarte y sentirte tierra. parte de en la debilidad del mundo, sentirte tierra. El Dios de los pobres mirará tu humus y te elevará. No te eleves tú, deja que sea Él quien te de alas. El cielo no es para los soberbios y avariciosos que se atan a la gravedad de sus cargos y riquezas. El cielo es para quien asume su fragilidad y se sabe pobre con los pobres, ligero de equipaje, desatado para volar con los ángeles. Y con María. 

En la fiesta de la Asunción tienes un motivo para alegrarte y alimentar tu esperanza, porque en ella celebras todo lo que ella esperó y mereció alcanzar y todo lo que tú puedes esperar y alcanzar. Tú, hijo o hija de la Iglesia de Jesús, también gozas de su elección y quieres vivir en obediencia y servicio viviendo para los demás antes que para ti; has escogido el camino del descenso y humillación del Hijo y de la Madre; así también, con cuerpo y alma (con todo tu ser) puedes gozar la visión beatífica. 

No quiero terminar sin recordar nuevamente a Pedro Casaldáliga. Como misionero del Corazón de María siempre tuvo a la Madre en su trasfondo espiritual. Vaya como ejemplo uno de sus poemas:

Tengo tres amores, tres: 
el Evangelio, la Patria Grande 
y el Corazón intacto de una mujer: 
la llena de Dios, 
tan nuestra, 
María de Nazaret. 

Toquen o no las campanas 
-que el computador es ley-, 
todavía sigue hablando 
el arcángel Gabriel, 
y le responde María 
con un colectivo amén. 
Y el Verbo se hace carne 
en el vientre de su fe. 
Pasan, iguales, las horas 
sobre el serrín de José. 

La Biblia y los periódicos, 
juntos, se han puesto a leer. 
Y crece el Niño y el Reino 
y crece el Pueblo también. 
Pasan romanos y gringos 
y en ese imperial vaivén 
se llevan sueños y vidas, 
al Calvario, del Quiché. 

Pero María y las madres 
rumian la paz de Belén, 
el polvo de Galilea, 
el sol de Genesaret, 
el gusto del pan partido 
y el ausente amanecer 
de la mañana de Pascua 
que siempre está por volver.(1)

 
Hermoso canto. María como amor y bandera junto con el Evangelio y el amor al Cielo en la tierra. Amar a María es amar el cielo al que fue asumpta sin dejar de pisar la tierra. Da gracias a Dios por su Hijo Jesucristo, resucitado y ascendido al cielo, y por María, madre de Dios y madre tuya. Su asunción te llene de alegría y esperanza. “Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar y gozar, como tú, las promesas de nuestro Señor Jesucristo”. Amén.

Nota (1), Más poemas marianos de Pedro casaldáliga en 
http://www.servicioskoinonia.org/Casaldaliga/poesia/antologia.htm


Casto Acedo Gómez. Agosto 2020. paduamerida@gmail.com.

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