2º Domingo de Cuaresma, ciclo A
Gen 12,1-4 - 2Tim
1,8-10 -
Mt 17,1-9
El texto de Mateo narra
una experiencia especial en la vida de Jesús,
para que sus discípulos conozcan
quién es Él... En
nuestros días:
*¿Puede
un seguidor de Jesús vivir bien instalados, sin preocuparse
de las
personas que tienen el rostro desfigurado por las injusticias?
*¿Escuchamos
las enseñanzas de Jesús y las practicamos?
*¿Los
cristianos somos capaces de levantarnos, comprometernos
y trabajar por los que sufren
miseria y hambre, opresión y represión?
Señor, ¡qué bien estamos aquí!
Jesús llama a
Pedro, a Santiago y a Juan, los lleva a una montaña.
Allí se transfigura. Y aparecen Moisés y Elías
conversando con Él.
Fue
entonces cuando Pedro dice: Señor, ¡qué bien estamos aquí!,
en
realidad, Pedro tiene miedo y no sabe lo que dice (Mc 9,6).
Hoy, muchos preferimos vivir muy
cómodos en nuestra orilla.
No nos interesa los problemas de niños, jóvenes,
adultos y ancianos:
que
mueren por pasar a la otra orilla del Mediterráneo,
o por cruzar Centro América para
llegar a los Estados Unidos.
¿Qué hacemos por los que viven en
barrios miserables de la ciudad?
Estas
personas pobres podrán decir: Señor, ¡qué bien estamos aquí!
El
abismo que hay entre unos pocos ricos y una multitud de pobres,
tiene
una causa: el amor al dinero (1Tim 6,10). ¿Lo denunciamos?
Ojalá los responsables oigan lo que
dijo Francisco, en Lampedusa:
¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí,
dice Dios. Ésta no es una pregunta
dirigida a otros,
es una pregunta dirigida a mí, a
ti, a cada uno de nosotros.
Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban
salir de situaciones
difíciles para encontrar un poco de
serenidad y de paz;
buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias,
pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces
quienes buscan estas cosas no
encuentran comprensión,
no encuentran acogida, no
encuentran solidaridad! (8 de julio, 2013).
Este es mi Hijo amado. Escúchenle
Mientras Pedro está
hablando, una nube luminosa los cubre
y desde
el interior de la nube se oye la voz del Padre que dice:
Éste es mi Hijo amado, mi predilecto. Escúchenle.
¿Bastará “oír” la Palabra de Dios, en
la Misa dominical y, después,
durante la semana olvidarnos… o hacer todo lo
contrario…?
Al
respecto, escuchemos al mismo Jesús que nos sigue diciendo:
Quien escucha mis palabras y las pone en práctica
es como el hombre sabio que edifica
su casa sobre la roca…
En cambio, quien escucha mis
palabras y no las pone en práctica,
es como el hombre necio que edifica
su casa sobre arena (Mt
7,24ss).
Reflexionemos
también en la parábola del sembrador (Mt 13,1-23).
Escuchando y practicando las
enseñanzas del Maestro Jesús,
formaremos
parte -como Él mismo lo dice- de su nueva familia:
Mi madre y mis hermanos son los
que escuchan la Palabra de Dios
y la ponen en práctica (Lc 8,21). Y algo más, llama felices, dichosos,
a quienes escuchan la Palabra de Dios y la practican (Lc 11,28).
¡Levántense, no tengan miedo!
Al oír la voz del Padre,
los discípulos caen al suelo llenos de miedo.
Jesús se
acerca, les toca y les dice: ¡Levántense, no tengan miedo!
No nos instalemos en la montaña, practiquemos
lo que Jesús dice:
No hay amor más grande que dar la
vida por sus amigos (Jn
15,13).
*Es
necesario levantarnos para salvar una vida, como lo hace José:
se levanta, toma al niño y a su madre y huye a Egipto (Mt 2,13ss).
*Así
también hace la suegra de Pedro, después de recuperar la salud,
se levanta y comienza a servir a Jesús (Mt 8,14ss).
*Lo
mismo sucede con Mateo, se levanta y sigue a Jesús (Mt
9,9).
*En
Getsemaní, Jesús toma a Pedro, a Santiago y Juan, y les dice:
Siento una tristeza de muerte,
quédense aquí y oren conmigo…
Después se acerca a ellos y les
dice: Levántense, vámonos,
ya se acerca el que me va a
traicionar (Mt
26,36ss).
Sobre el miedo, escuchemos a San Juan
Crisóstomo (350-407),
su
testimonio tiene actualidad: Díganme, ¿qué podemos temer?
¿La muerte? -Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir.
¿El destierro? -Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
¿La confiscación de los bienes? -Sin nada venimos al mundo
y sin nada nos iremos. (Homilía antes de
partir al exilio).
J. Castillo A.
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