Bautismo del Señor, ciclo A: 12 de
enero del 2020
Is 42,1-7 - Hch
10,34-38 - Mt 3,13-17
En la Conferencia de
Medellín (1968), Mons. Samuel Ruiz dijo:
Si en la Iglesia primitiva se
bautizaba a los convertidos,
hoy, en cambio, nuestra tarea es
convertir a los ya bautizados.
Para esta conversión, se debe
dar una buena formación a los padres.
Lo
dice Juan Pablo II: Atended a campo
tan prioritario con la certeza
de que la evangelización en el
futuro depende en gran parte
de la “Iglesia doméstica”. Es la
escuela del amor, del conocimiento
de Dios, del respeto a la vida… (Discurso inaugural en
Puebla, 1979).
¿Tomamos
en serio el Evangelio? ¿Cómo fue el bautismo de Jesús?
Jesús busca al profeta Juan
El profeta Juan, cuando
bautiza en las aguas del río Jordán, exige:
Confesar los pecados y dar frutos de una sincera conversión.
Ciertamente,
el bautismo de Juan no basta, ha sido superado.
Es por
eso que el mismo Juan anuncia a la gente esta Buena Noticia:
Yo les bautizo con agua para que se
conviertan.
Pero Aquel que viene después de mí
y es más poderoso que yo:
Él les bautizará con el Espíritu Santo y con fuego (Mt 3,11).
Jesús de Nazaret antes de iniciar su
misión, va al Jordán donde
el
Bautista proclama: Conviértanse, el Reino de los cielos está cerca.
Es allí,
donde Jesús se humilla… acompaña a
hombres y mujeres…
y, por
solidaridad con ellos/as, pide a Juan ser bautizado, diciéndole:
Conviene que así cumplamos toda justicia. Sobre esta justicia,
al
anunciar las bienaventuranzas a los pobres (Mt 5,1-12), Jesús dice:
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, ellos serán saciados.
Recuperemos -cada día- el verdadero
sentido de nuestro bautismo,
para
vivir como hijos del Padre… y como hermanos entre nosotros.
Así lo
dice san Pablo: Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo,
y morimos, para ser resucitados y vivir una vida nueva (Rom 6,4).
Es
decir, se trata de despojarnos del hombre viejo y de sus obras,
para revestirnos del hombre
nuevo… a imagen de Dios (Col 3,9s).
Éste es mi Hijo amado, mi predilecto
Cuando Jesús es bautizado,
el Espíritu de Dios viene sobre Él,
y se oye
una voz que dice: Este es mi Hijo amado, mi predilecto.
Es la
voz del Padre… Viene el Espíritu… Jesús es el
Hijo predilecto.
Al final
de su vida terrenal (Mt 28,19), Jesús dice a sus seguidores:
Vayan y hagan que todos los pueblos
sean mis discípulos.
Bautícenlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Años más tarde, Pedro va a la casa de
Cornelio donde anuncia:
Dios ungió a Jesús de Nazaret con
el poder del Espíritu Santo.
Jesús pasó la vida haciendo el bien y sanando a los enfermos.
Nosotros somos testigos de todo lo
que hizo (2ª
lectura). Luego,
Pedro ordena bautizarlos en el
nombre de Jesucristo (Hch 10,48).
San Pablo, por su parte, insiste: Todos
nosotros, judíos o griegos,
esclavos o libres, hemos sido
bautizados en un solo Espíritu
para formar un solo cuerpo (1Cor 12,13).
También los que hemos recibido la
gracia del bautismo,
necesitamos
ser transformados por el Espíritu, para seguir a Jesús.
Él, una
vez bautizado, se retira a la región marginada de Galilea y allí:
-Anuncia:
Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos.
-Acoge
y come con publicanos y pecadores. -Sana a los enfermos.
-Perdona
a los pecadores. -En una palabra, da vida plena.
Refiriéndose al bautismo,
el Papa Francisco dice:
Piensen en una madre soltera que va
la parroquia y dice al secretario:
“Quiero bautizar al niño”. Y
el secretario le dice:
“No, tú no puedes porque no estás
casada”.
Pero miren, esta chica que ha
tenido el valor de seguir adelante
con su embarazo sin “quitárselo de encima”, ¿qué encuentra?:
¡Una puerta cerrada! ¡Esto no es
celo! ¡Aleja del Señor!
¡No abre las puertas! Y así cuando
estamos en este camino (…),
no hacemos bien a los demás, a la
gente, al Pueblo de Dios.
Pero Jesús instituyó siete
sacramentos, y nosotros con esta actitud
instituimos el octavo: ¡el
sacramento de la aduana pastoral! (…).
Pensemos en Jesús, que quiere
siempre que todos se acerquen a Él,
pensemos en el Santo Pueblo de
Dios, un pueblo sencillo,
que quiere acercarse a Jesús.
Pensemos en tantos cristianos de
buena voluntad que se equivocan
y que en lugar de abrir una puerta
la cierran (…).
Pidamos esta gracia (Homilía, 25 de
mayo del 2013).
J. Castillo A.
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