Domingo de Ramos, ciclo C
Is
50,4-7 -
Flp 2,6-11 - Lc 19,28-40
- Lc 22,14 - 23,56
Jesús -después de anunciar el
Reino de Dios y su justicia en Galilea-
decide
ir a Jerusalén donde morirá crucificado:
-por
el rechazo de las autoridades políticas, económicas y religiosas…
-por
el olvido del pueblo… -por la cobardía de sus propios discípulos.
Al
acercase y ver la ciudad de Jerusalén, Jesús llora por ella y dice:
Ojalá comprendas hoy el camino que te conduce a la paz (Lc 19,42).
Servidor
humilde, montado en un burrito prestado
Durante la fiesta Pascual, el pueblo
elegido de Dios recordaba
su
liberación de la esclavitud que sufrió en Egipto
(Ex 12,1ss).
Siglos
después, Egipto es reemplazado por el Imperio de Roma.
Es
por eso que Pilato (cuyas manos están
manchadas de sangre),
va
a la ciudad de Jerusalén montado en un caballo de guerra.
También
Jesús ingresa a Jerusalén, pero de una manera humilde.
Según
el cuarto evangelio, Jesús encuentra un burrito y monta en él;
luego,
anuncia el verdadero sentido de su entrada a dicha ciudad:
Si el grano de trigo al caer en la
tierra no muere, queda solo,
pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde,
pero
el que la desprecia en este mundo, la conserva
para la vida eterna.
Si alguno de ustedes quiere servirme, que me siga,
y donde yo esté, allí también estará mi servidor (Jn 12,12ss).
No
hagamos de la entrada de Jesús a la ciudad de Jerusalén,
una
procesión triunfalista con
ceremonias y adornos superfluos,
que
nada tienen que ver con la vida pobre
del Profeta de Nazaret.
Jamás
debemos olvidar que los seguidores de Jesús (de ayer y hoy),
son
enviados para: -anunciar el Reino de
Dios,
-sanar enfermos (Lc 9,2), -alimentar a los hambrientos (Lc 9,13).
¿Cuántos
de nosotros estamos dispuestos como el pobre Bartimeo:
dejar el manto, es
decir, dejar al hombre ciego… ser capaces de ver…
seguir a Jesús que va a Jerusalén donde será
crucificado? (Mc 10,46ss).
Bendito
el que viene en nombre del Señor
Mientras Jesús ingresa a Jerusalén, sus
seguidores alaban a Dios
diciendo:
Bendito
el rey que viene en nombre del Señor.
Paz
en el cielo y gloria al Altísimo (Lc 19,38).
Esta
aclamación nos recuerda el canto de los ángeles,
cuando
Jesús nace en Belén: Gloria a Dios en el cielo,
y
en la tierra paz a las personas que ama el Señor (Lc 2,14).
Para
vivir como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros,
hacen
falta creyentes y personas de buena voluntad,
que
den sus vidas como Jesús (Jn 10,11).
Él nos sigue diciendo:
Vayan, que yo les envío como ovejas en medio de lobos…
Cuando entren en una casa, digan
primero: Paz a esta casa…
Sanen a los enfermos, y anuncien a la gente:
El Reino de Dios ha llegado a ustedes (Lc 10,1-9).
Benditos
los que alimentan, visten, acogen, sanan,
liberan (Mt 25).
Si
ellos callan, gritarán las piedras
Cuando Jesús dice: Yo les envío como ovejas en medio de lobos,
tengamos
presente que entre estos lobos están
los que asesinan,
a
los líderes amazónicos y a los dirigentes campesinos de la Sierra,
por
defender el grito de la tierra… y el
grito de los pobres…
Un
caso entre muchos es la muerte del P. Paul McAuley (1947-2019),
natural
de Inglaterra y que los últimos 19 años trabajó en Loreto.
Ante
estos problemas, ¿podemos permanecer ciegos, sordos y
muchos?
¿Qué
hacen los que están arrodillados ante la
industrialización salvaje?
Sigamos
reflexionando en los
siguientes textos que tienen actualidad:
*¡Ay
del que se hace rico con lo que no le pertenece!
¡Ay de ti, que has llenado tu casa con
el producto de tus robos!...
porque las piedras de los muros gritan en tu contra.
¡Ay de ti que edificas ciudades sobre el
crimen y la injusticia!
¡Ay de ti que humillas a tu prójimo
emborrachándolo! (Hab
2,6ss).
*Los
guardianes del pueblo son ciegos,
no se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos, que no pueden ladrar.
Se pasan la vida echados, les encanta
dormir y soñar
(Is 56,10).
*¡Ay
de los pastores (autoridades) que se
apacientan a sí mismos!
Se
alimentan con la leche de
las ovejas, y se visten con su lana.
No
ayudan a las débiles, ni sanan a las enfermas.
No
recogen a las
extraviadas, ni buscan a las
perdidas (Ez 34,1ss).
J. Castillo A.
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