2º Domingo de Pascua, ciclo C
Hch 5,12-16 - Ap
1,9-19 -
Jn 20,19-31
Tomás que se aleja de la comunidad… y que tiene sus dudas…
cree que Jesús vive y por eso exclama:
¡Señor
mío y Dios mío!
Reflexionemos
en esta experiencia, sin hacer una lectura literal.
Señor,
danos entrañas de misericordia ante
toda miseria humana.
Inspíranos el gesto y la palabra
oportuna ante el hermano
solo
y desamparado. Ayúdanos a
mostrarnos disponibles
ante quien se siente explotado y deprimido (Plegaria
eucarística V/b).
Los
discípulos se llenan de alegría al ver al Señor
La tarde de aquel primer día de la semana (Domingo-día del Señor),
los
discípulos de Jesús están con las puertas cerradas por miedo.
¿Será
porque uno le traicionó, otro le negó, y todos le abandonaron?
Hoy
también, muchos vivimos con las puertas
cerradas,
instalados en la
comodidad, indiferentes al
sufrimiento del pobre.
Necesitamos
ser una
comunidad accidentada, herida,
manchada…
por
salir y acoger a los hermanos de
Jesús, como insiste el Papa:
Cada cristiano y cada comunidad
están llamados a ser
instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres,
de manera que puedan integrarse
plenamente en la sociedad;
esto supone que seamos dóciles y atentos
para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo (EG, 2013,
n.187).
Aquella
tarde, Jesús se pone en medio de sus discípulos y les dice:
La
paz esté con ustedes. Esta paz aleja el miedo (Jn 14,27).
Luego,
les muestra los signos de su amor: las manos y el costado.
Como
el Buen Pastor que se entrega: -anunciemos
el Reino de Dios,
-demos vida a las personas excluidas, -denunciemos a los culpables.
Después,
sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.
A quienes les perdonen los pecados les
quedan perdonados,
a quienes se los retengan les quedan
retenidos.
Con
la fuerza del Espíritu y siguiendo el ejemplo de Jesús, digamos:
Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos.
Ocho
días después los discípulos se reúnen de nuevo
Las personas que han sufrido terror,
amenazas, torturas, prisión…
al
ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas
y,
lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.
Muy
diferente cuando alguien las acoge y
acompaña, para que:
se reconcilien consigo mismas…
y reconcilien a otras personas…
Cuando
Jesús invita a Tomás a tocar sus
manos y su costado,
nuevamente,
nos encontramos ante un proceso de
reconciliación.
Las
heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido,
nada
diferencia a Jesús de los torturados-crucificados que sobrellevan,
durante
el resto de sus vidas, el peso de las heridas que han padecido.
Pero
cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas
ya
no son fuente de dolor, tampoco de recuerdos desgarradores;
ahora
son heridas que reconcilian, heridas
que dan vida y esperanza.
También
las heridas de personas torturadas son parte de su historia,
pero
al asumirlas de manera diferente son heridas que reconcilian.
Para
una verdadera reconciliación que libere incluso a los opresores,
los mejores agentes son las
personas que han sido reconciliadas.
Este
camino es diferente a la “reconciliación” impuesta desde arriba,
por
personas y autoridades corruptas que buscan impunidad y olvido.
Tomás
al decir: ¡Señor mío y Dios mío!, experimenta paz y alegría,
para
anunciar con palabras y obras esta
Buena Noticia: Jesús vive.
Felices
los que creen sin haber visto
La experiencia de Tomás en aquella
primera comunidad creyente,
es
la misma que podemos tener, actualmente, cualquier cristiano:
Tomás tú crees porque has visto. Felices los que creen sin haber visto.
Sigamos
meditando en las siete bienaventuranzas
del Apocalipsis:
*Felices los que leen y escuchan este mensaje profético… (1,3).
*Felices, desde ahora, los que mueren fieles al Señor… (14,13).
*Felices los que están vigilantes con el vestido puesto… (16,15).
*Felices los invitados al banquete de bodas del Cordero… (19,9).
*Felices los que participan en la primera resurrección… (20,6).
*Felices los que practican estas palabras proféticas… (22,7).
*Felices los que lavan sus ropas para participar de la Vida… (22,14).
Ellos lavan sus ropas en la sangre del Cordero (7,14).
Después
de lavar los pies a sus discípulos, Jesús les dice:
Ustedes serán felices si cumplen estas cosas (Jn 13,12ss).
J. Castillo A.
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