2º Domingo, Tiempo Ordinario,
ciclo A
Is 49,3-6 - 1Cor
1,1-3 -
Jn 1,29-34
A Jesús no solo le hemos
cubierto con títulos de poder y de gloria,
también
le hemos construido templos y monumentos lujosos.
Sin embargo, yendo a las fuentes, Jesús
es: una persona sencilla,
vive con
los pobres, enseña con su ejemplo, y realiza gestos audaces.
Juan Bautista es un testigo
privilegiado y anuncia quién es Jesús.
Jesús es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
*En aquella época -y
también en nuestros pueblos campesinos-
los corderos y las ovejas son fuente de vida. Así
lo dice Job:
Cuando veía que alguien moría por
falta de ropa,
o que un pobre no tenía con qué
cubrirse,
con la lana de mis propias ovejas les abrigaba (31,19s).
Recordemos la cena familiar de los
judíos, esclavizados en Egipto.
No
pudiendo soportar tantos maltratos, deciden liberarse… para ello:
ceñidos con el cinturón, sandalias
en los pies y un bastón en la mano,
comen de prisa el cordero, porque es la Pascua del Señor (Ex 12,11).
Ahora bien, cuando el Bautista dice que Jesús es el Cordero de Dios,
está
anunciando que Jesús viene: para reunir a todos los pueblos,
que
viven dispersos como ovejas sin pastor, y para liberarlos.
Es significativo lo que dice Isaías
(53,7) sobre el servidor del Señor:
Maltratado, no abre la boca, es como un cordero
llevado al matadero.
*Luego, Juan Bautista dice:
Jesús quita el pecado del mundo.
Es bueno
pedir perdón de los pecados y ofensas que hemos cometido.
Sin
embargo, jamás debemos olvidar que hay “un pecado del mundo”:
los malos deseos, la codicia, el
orgullo de las riquezas (1Jn 2,16).
Allí están
los corruptos que amontonan cientos de millones de
dólares,
explotando
a seres humanos desamparados, que son imágenes de
Dios.
Para quitar “el pecado del mundo”,
Jesús nos sigue diciendo:
Les doy este mandamiento nuevo:
ámense los unos a los otros.
Así como yo les amo a ustedes, así deben amarse. En este amor,
todos conocerán que ustedes son mis
discípulos (Jn
13,34s).
Jesús es el que bautiza con el Espíritu Santo
A continuación Juan
anuncia: Jesús bautiza con el Espíritu Santo.
Siguiendo
nuestras costumbres… muchos hemos sido bautizados,
sin dejarnos transformar por el
Espíritu. Por
eso, necesitamos
convertirnos, cambiar nuestra manera
de vivir, nuestra mentalidad,
abandonar
la mentira, pues solo la verdad nos hace libres (Jn 8,32).
Solo
así, seremos hijos del Padre y hermanos entre nosotros,
anunciando la Buena Noticia de
Jesús, en todo tiempo y lugar,
sin
perder de vista la posibilidad de derramar nuestra sangre.
Tengamos presente también que hay una
gran diferencia entre:
-Conocer
y amar a Jesús… que dejarnos llevar por cosas mundanas.
-Caminar
con Él… que hacerlo solos, vacilando, tambaleando.
-Escuchar
y practicar sus enseñanzas… que desconocerlas.
-Construir
con el Evangelio, una sociedad más humana y fraterna…
que
hacerlo confiando solo en nuestra propia
razón.
-Acoger
a las personas despreciadas… en vez de abandonarlas.
Jesús es el Hijo de Dios
Finalmente, Juan Bautista
anuncia: Jesús es el Hijo de Dios.
Este
título Hijo de Dios atraviesa el Evangelio de Juan:
*Natanael
(o Bartolomé), a pesar de su duda inicial, exclama:
Maestro, tú eres el Hijo de Dios,
tú eres el Rey de Israel (Jn 1,49).
*En
Betania, Jesús le dice a Marta: Yo soy la resurrección y la vida.
El que cree en mí, aunque muera,
vivirá. ¿Crees esto?
La
respuesta de Marta es una verdadera profesión de fe:
Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios (Jn 11,25ss).
*El
texto evangélico de Juan termina con el siguiente mensaje:
Estas cosas se han escrito para que
crean que Jesús es el Mesías,
el Hijo de Dios, y creyendo tengan vida por medio de Él (Jn 20,31).
Muchos de nosotros seguimos pensando
en un “dios castigador”.
Sin
embargo, como lo dice san Pablo, todos somos hijos de Dios:
Cuando se cumplió el tiempo, Dios
envió a su Hijo,
que nació de una mujer, sometido a
la ley de Moisés,
para rescatarnos a los que
estábamos bajo esa ley
y concedernos gozar de los derechos de hijos de Dios.
Y porque ya somos sus hijos, Dios
envió a nuestros corazones
el Espíritu de su propio Hijo que
clama: “¡Abbá! ¡Padre!. Así pues,
ya no somos esclavos, sino hijos y herederos (Gal 4,4ss).
J. Castillo A.
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