2º Domingo de Adviento, ciclo A
Is 11,1-10 - Rom
15,4-9 -
Mt 3,1-12
Cuando nace Juan Bautista, su padre
Zacarías dice: A ti, hijito mío,
te
llamarán profeta del Altísimo, porque irás
delante del Señor
preparando
sus caminos, y anunciando a su pueblo que Dios
les da la salvación y les perdona sus
pecados
(Lc 1,76s).
Años
después, Juan: -Renuncia a una vida
cómoda y va al desierto.
-Denuncia la hipocresía e inmoralidad de
ciertas autoridades.
-Anuncia la venida de Jesús que bautizará
con el Espíritu Santo.
Juan
Bautista se presenta en el desierto
Juan Bautista tiene una misión: preparar
el camino del Señor.
Para
ello, como todo profeta, lo primero que hace es renunciar.
*Renuncia a vivir en la ciudad de
Jerusalén, donde está el templo
con
sus riquezas, negocios, ceremonias… También allí están
los
sacerdotes, los maestros de la ley, los escribas y fariseos que:
matan a los profetas y apedrean a los
enviados de Dios
(Mt 23,37).
*La
Palabra de Dios vino sobre Juan que está en el desierto.
Esa
misma Palabra vino sobre la Virgen María que vive en Nazaret.
*La sencillez -en su vestido y alimento-
es una característica de Juan.
*Al final de su vida, Juan da este valioso testimonio sobre Jesús:
Ahora mi gozo es perfecto, Él debe crecer y yo disminuir (Jn 3,30).
En
países de larga tradición cristiana… la
Iglesia debe renunciar:
a
la ambición terrenal, a las ataduras temporales, a la adulación,
al
prestigio ambiguo, a los vínculos con la riqueza. Solo así, la Iglesia
será
más transparente, y fuerte su misión de servicio (DM, 14º, n.18).
Para
ser una
Iglesia -comunidad cristiana- pobre entre los pobres,
en
el Pacto de las catacumbas (1965, n.
6 y 8), 40 obispos dijeron:
*Evitaremos todo lo que pueda parecer concesión de
privilegios,
primacía o incluso preferencia a los ricos y a los poderosos; por
ejemplo, en banquetes ofrecidos o
aceptados, y en servicios religiosos.
*Apoyaremos a laicos, religiosos, diáconos o sacerdotes
que el Señor
llama a evangelizar a los pobres y trabajadores, compartiendo su vida.
¡Raza
de víboras! Den frutos de una sincera conversión
Juan denuncia a los fariseos
y saduceos que piden bautizarse,
diciéndoles:
¡Raza de víboras! Den fruto de una sincera conversión,
y
no se hagan ilusiones diciendo:
Somos descendientes de Abraham,
porque Dios puede hacer de estas piedras
descendientes de Abraham.
Más
tarde, denunciará las inmoralidades de Herodes Antipas,
diciéndole:
No te es lícito tener la mujer de tu
hermano Filipo.
Herodes,
en vez de oír aquella voz, convertirse y cambiar su vida,
hace
encarcelar al profeta Juan… después ordena matarlo (Mt 14,1ss).
Denunciar tiene un costo:
calumnia, persecución, muerte (Mt 5,11s).
Ojalá
los responsables del grito de los pobres
y de la tierra, oigan
la denuncia que (en dic. de
1511) hizo Fr. Antonio de Montesinos,
en
la actual República Dominicana: ¿Con qué
derecho y justicia
tienen en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?
¿Con qué autoridad han hecho tan detestables guerras
a estas gentes que estaban en sus
tierras, mansas y pacíficas?
¿Cómo los tienen tan oprimidos y fatigados,
sin darles de comer ni curarlos de sus
enfermedades,
que de los excesivos trabajos que les
dan incurren y se mueren,
o por mejor decir, los matan, por sacar y adquirir oro cada día?
Detrás
de mí viene uno con más autoridad que yo
Juan prepara el camino de Jesús, anunciando esta Buena
Noticia:
Conviértanse, porque está cerca el Reino
de los cielos…
Yo les bautizo con agua para que ustedes
se conviertan,
pero detrás de mí viene uno con más autoridad que yo;
Él
les bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Como
Juan, anunciemos a Jesús con el
testimonio de nuestra vida,
a
saber, con palabras y obras que expresen amor
a Dios y al prójimo.
Así
lo dice el Papa Paulo VI: El hombre
contemporáneo
escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan;
o si escuchan a los que enseñan es
porque dan testimonio.
Y
añade: Será sobre todo mediante su
conducta, mediante su vida,
como la Iglesia evangelizará al mundo, es decir,
mediante
un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo,
de
pobreza y despego de los bienes
materiales,
de
libertad frente a los
poderes del mundo, en una palabra:
de
santidad (“Anuncio del Evangelio”, 1975, n.41).
J. Castillo A.
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