18º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
Ec 1,2.
2,21-23 - Col 3,1-5. 9-11 - Lc
12,13-21
Mientras Jesús sigue enseñando, un hombre
se acerca y le dice:
Maestro, dile a mi hermano que reparta
la herencia conmigo.
Jesús
rechaza intervenir en asuntos familiares de herencia.
Pero,
al narrar una parábola va a la raíz del problema: la avaricia,
pues
hay personas que buscan tener más,
echando a perder su vida.
La
avaricia rompe la fraternidad
Jesús conoce los abusos que comenten los
terratenientes en Galilea.
Su avaricia no tiene
límites: despojan a los campesinos de sus tierras,
los
explotan y, en vez de compartir con ellos los frutos de la tierra,
construyen
nuevos y grandes graneros para amontonar sus cosechas,
son
unos egoístas, viven para: descansar, comer, beber, disfrutar…
Hoy,
ante la ambición de personas privadas y de entidades públicas,
examinemos
nuestra manera de vivir, a la luz de los siguientes textos:
*Los guardianes de mi pueblo están ciegos, no
se dan cuenta de nada.
Todos ellos son perros mudos, que no
pueden ladrar.
Se pasan la vida echados y soñando, les
encanta dormir.
Son
perros hambrientos que nunca se llenan.
Son autoridades que no entienden nada,
cada uno sigue su camino,
solo buscan sus propios intereses (Is 56,10s).
*Los
sacerdotes no me buscan, dice el
Señor.
Los
maestros de la ley no me
reconocen.
Las
autoridades se rebelan
contra mí.
Los
profetas hablan en
nombre de Baal (una divinidad antigua),
siguiendo a ídolos que no sirven para
nada
(Jer 2,8).
*Renunciamos a ser llamados de palabra o por escrito
con nombres y títulos que indican
grandeza y poder
(Eminencia, Excelencia, Monseñor).
Preferimos ser llamados con el nombre evangélico de Padre (…).
Evitaremos fomentar o adular la vanidad
de nadie con la intención
de recomendar o solicitar dones (Pacto de las
Catacumbas, nov 1965).
Necio,
¿para quién será lo que has amontonado?
Jesús de Nazaret que vive pobre entre los
pobres,
no
tiene reparos en denunciar -llamando
necio- a aquel terrateniente;
y
le pregunta: ¿Para quién será lo que has acumulado?
En
nuestros días, los que amontonan oro y plata,
no
solo destruyen la madre tierra, nuestra casa común,
sino
que pisotean los derechos más elementales de los trabajadores.
Son
hombres y mujeres con mucho poder económico y político.
Denunciarlos,
ayer y hoy, tiene un costo: persecución… muerte…
Sin
embargo, el pequeño rebaño de Jesús
no debe permanecer mudo.
A quienes:
-prefieren el individualismo, y no
lo comunitario…
-dan
culto al “dios-dinero”, en lugar de servir al prójimo…
-buscan
el placer egoísta, en vez de dar
vida a los necesitados…
Jesús
-el Profeta de Nazaret- les hace estas serias denuncias:
*Ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen su consuelo (Lc 6,24ss).
*Un empleado no puede estar al servicio de
dos señores (…).
Ustedes
no pueden servir a Dios y a las riquezas (Lc 16,13).
*¡Qué
difícil es para los ricos entrar en el Reino de Dios!
Es más fácil a un camello pasar por el
ojo de una aguja,
que a un rico entrar en el Reino de Dios (Lc 18,24s).
Sin embargo, Jesús que vino a salvar lo
perdido nos sigue diciendo:
El Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio.
Recordemos
que tratándose del joven rico, Jesús dice a sus discípulos:
Lo que es imposible para los hombres es
posible para Dios
(Lc 18,27).
Acaparar
riquezas materiales es una tentación generalizada,
incluso
muchas personas pobres sueñan ser como
los ricos.
Ojalá
los ricos cada vez más ricos, a costa de la miseria de los pobres,
reflexionen
en la siguiente denuncia que está en la carta de Santiago:
¡Oigan
esto, ustedes los ricos!
¡Lloren y griten por las desgracias que
van a sufrir!
Sus
riquezas están podridas.
Sus ropas están apolilladas.
Su
oro y su plata se han oxidado
y eso atestigua contra ustedes.
Han amontonado riquezas en estos días,
que son los últimos.
El
salario que no han pagado a los que trabajaron en sus campos,
clama contra ustedes y ha llegado a los
oídos de Dios misericordioso.
Ustedes
han llevado en la tierra una vida de lujo y placeres,
han engordado como ganado y se acerca el
día de la matanza.
Han condenado y asesinado al inocente
indefenso
(Stgo 5,1-6).
J. Castillo A.
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