13º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo C
1Re 19,16. 19-21 - Gal
5,1. 13-18 - Lc 9,51-62
Jesús deja la región de Galilea y decide
ir a Jerusalén, donde:
será
condenado a muerte por el poder religioso, político y económico.
¡Jerusalén, Jerusalén que apedreas y
matas a los profetas!
(Lc 13,34).
Sigamos
a Jesús asumiendo su proyecto: vivir
ligeros de equipaje,
anunciar el Reino de
Dios a todos los
pueblos,
liberar a los oprimidos.
Seguir a Jesús: viviendo pobre entre los pobres
Jesús tiene autoridad moral para anunciar
el Evangelio a los pobres,
porque
nace pobre, vive pobre entre los pobres,
y muere pobre.
Por
eso, cuando envía a sus discípulos a
proclamar el Reino de Dios
y a sanar enfermos, les dice: No lleven nada para el camino,
ni bastón ni alforja, ni pan ni dinero,
ni dos túnicas
(Lc 9,1ss).
Ahora
bien, mientras Jesús y sus discípulos van a Jerusalén,
una
persona le dice: Señor, te seguiré a dondequiera que vayas.
Jesús
le responde: Las zorras tienen cuevas y
las aves tienen nidos,
pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la
cabeza.
Seguir
a Jesús -ayer y hoy- no es para ganar dinero,
tampoco
para ascender socialmente, ni para dominar a los débiles.
Jesús
por propia decisión no tiene casa propia, vive ligero de equipaje,
y
pide a sus discípulos/as crear una comunidad familiar, porque:
Mi madre y mis hermanos -nos dice- son aquellas personas
que escuchan
la Palabra de Dios y la practican (Lc 8,20s).
Seguir
a Jesús requiere una Iglesia que deje de lado la tibieza:
Necesitamos que cada comunidad cristiana
se convierta
en
un poderoso centro de irradiación de la vida de Cristo (…).
Que
la fuerza del Espíritu Santo nos libre del pesimismo (DA, n.362).
Seguir
a Jesús hecho pobre, y siempre
cercano a los pobres (…),
significa
ver el sufrimiento y oír los lamentos de los indefensos,
pues:
La Iglesia, guiada por el Evangelio de la
misericordia
y por el amor al hombre, escucha el clamor por la justicia
y
quiere responder a él con todas sus fuerzas (EG, n. 186 y
188).
Seguir a Jesús: anunciando el Reino de Dios
En el segundo caso es el mismo Jesús
quien le dice: Sígueme.
Pero
el interesado contesta: Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Esta
actividad es digna de todo hijo que ama a su padre y a su madre.
Sin
embargo, la respuesta de Jesús va a la raíz de un problema:
Deja
que los muertos entierren a sus muertos,
tú
ve y anuncia el Reino de Dios.
En
aquella época, si un hijo declaraba que una propiedad…
o
cierta cantidad de dinero… han sido donadas al templo,
ya no tenía obligación de ayudar a sus
padres
(Mc 7,9ss).
Dejan
de lado la Palabra de Dios y dan más importancia a la ofrenda.
Hoy
en día, hay hijos que abandonan a sus queridos padres…y solo
se
acuerdan de ellos cuando mueren, para realizar un entierro de lujo.
Que
los muertos entierren a sus muertos es dejar estas “costumbres”.
Lo
más importante es anunciar el Reino de Dios que es amor y vida,
pues,
la
gloria de Dios consiste en que todos tengamos vida plena.
Seguir a Jesús: liberando a los oprimidos
Una tercera persona se acerca a Jesús y
le dice:
Señor,
te seguiré, pero primero déjame despedirme de mi familia.
El
Profeta de Nazaret le responde: El que pone la mano en el arado
y
sigue mirando atrás, no sirve para el Reino de Dios.
Actualmente,
no podemos liberar a los oprimidos,
mirando a otro lado: Cualquier comunidad de la Iglesia,
en la medida en que pretenda subsistir
tranquila
sin ocuparse creativamente y cooperar
con eficiencia
para
que los pobres vivan con dignidad y para incluir a todos (…),
fácilmente terminará sumida en la
mundanidad espiritual,
disimulada con prácticas religiosas, con
reuniones infecundas,
o con discursos vacíos. (EG -Alegría del Evangelio- 2013,
n.207).
En
el Plenario del Consejo Pontificio para los laicos, el Papa dijo:
Así también ustedes levanten la mirada y miren “fuera”:
-a los muchos “lejanos” de nuestro
mundo,
-a tantas familias en dificultad y
necesitadas de misericordia,
-a tantos campos de apostolado aún por
explorar,
-a los numerosos laicos con corazón
bueno y generoso,
que con gusto pondrían al servicio del
Evangelio sus energías.
(Discurso
a los participantes - Roma, 17 de junio del 2016).
J. Castillo A.
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