27º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo B
Gn 2,18-24 - Heb
2,9-11 -
Mc 10,2-16
Hoy, en muchos ambientes -como
consecuencia del machismo-
se
considera a los niños y a las mujeres como seres
de segunda clase.
Jesús
no actúa así. Con sus enseñanzas y gestos audaces libera
a
los niños y a las mujeres, de toda opresión y marginación.
Los
fariseos preguntan a Jesús para ponerlo en apuros
En Palestina, los jóvenes y las jóvenes se casan, generalmente,
por
un acuerdo de sus padres (Boda de Isaac con Rebeca, Gn 24).
Y,
una vez casados, el marido puede echar
de la casa a su esposa,
por
cosas insignificantes: dejar quemar la comida… (Dt 24,1-4).
Según
esta costumbre, lo que más hace sufrir a la esposa,
no
es vivir al servicio de todos los
miembros de su familia,
sino
que su esposo la puede arrojar de casa
en cualquier momento.
Hay
jóvenes que buscan formar un hogar, pero -lamentablemente-
al hacerlo por un interés egoísta (aspecto
físico… riqueza…),
esa
relación termina cuando se acaba ese atractivo pasajero.
Muy
diferente, cuando ambos contrayentes se unen en matrimonio,
basados
en la capacidad de amar (1Cor 13).
Este proyecto de vida,
-a
pesar de las dificultades- no disminuirá con el paso de los años.
Mientras Jesús y sus discípulos caminan a
Jerusalén,
llegan
algunos fariseos y -de mala fe- le preguntan sobre el divorcio
(esta
manera de actuar no es la primera… cf. Mc 8,11;
12,13).
Recordemos
que Jesús -amigo de la vida- salva a la
mujer adúltera,
diciendo
a los fariseos: El que no tenga pecado, tire la primera
piedra.
luego
dice a la mujer: Yo tampoco te condeno…
(Jn 8,1-11).
Ahora,
la respuesta de Jesús sorprende a esos fariseos hipócritas:
siendo
ustedes duros de corazón, Moisés permitió el
divorcio (Dt 24).
El
objetivo de toda ley
es hacer justicia,
liberar y dar vida al oprimido:
Hagan
auténtica justicia. Traten a su
hermano con misericordia.
No opriman a viudas, huérfanos,
emigrantes y personas necesitadas.
Que nadie piense hacer maldades contra
su prójimo
(Zac 7, 9s).
Lo
que Dios ha unido que no lo separe el varón
Después, Jesús les dice que el proyecto original de Dios es
este:
Dios creó al hombre y a la mujer a su
imagen y semejanza
(Gn 1,27).
Por eso, el hombre abandona padre y
madre, se une a su esposa,
y los dos vienen a ser como una sola
persona
(Gn 2,24).
Luego
Jesús añade: Lo que Dios ha unido que no
lo separe el varón.
El
matrimonio es la unión de dos “personas”,
y no de dos “objetos”.
Cuando
la familia, hoy en día, se halla ante
tantas amenazas,
nuestra
labor pastoral debe dar prioridad a
este campo, sabiendo que
la evangelización depende, en gran
parte, de la “Iglesia doméstica”.
Para
ello, se debe formar a los jóvenes
que optan por el matrimonio,
para
que asuman responsablemente la noble misión de ser:
familias evangelizadas… y familias
evangelizadoras…
Además,
después del rito matrimonial, acompañemos a los esposos,
para
que no vivan abandonados como ovejas sin
pastor.
Tampoco
debemos cerrar los ojos ante el problema
del divorcio.
Vayamos
a la raíz: -¿Fue válido el
matrimonio religioso?...
-¿Qué hacer ante tantos amigos y
familiares nuestros divorciados?...
-¿Rechazarlos?... -¿Qué nos impide acogerlos con misericordia?...
Niños/as
abandonados… de padres separados
Después que Sara da a luz a Isaac, le
pide a su esposo Abraham
que expulse a su sierva
egipcia Agar y a su hijo Ismael.
Abraham
se pone triste, pues Ismael es también su hijo. Sin embargo,
un
día, Abraham entrega a Agar pan y un odre de agua, y la despide.
Al
caminar por el desierto se le acaba el agua. Agar abandona al niño,
pero
Dios oye su llanto, llama a Agar y
le dice: No tengas miedo,
toma al niño, pues yo sacaré de él un
gran pueblo
(Gn 16; y 21,1-21).
Como
buenos judíos, los seguidores de Jesús conocen esta historia,
sin
embargo, cuando unas personas traen a sus niños
para
que Jesús los bendiga, sus discípulos comienzan a reprenderlas.
Pensemos
que entre esas personas, hay madres
arrojadas de casa,
y,
ahora, solo buscan que Jesús bendiga a sus niños.
Los
hijos no tienen por qué sufrir la
separación de sus padres.
Hay
aquí una oportunidad para nuestra pastoral familiar, porque:
aunque
estén separados, son padres de unos
niños que los necesitan.
Jesús
nos sigue diciendo: Dejen que los niños vengan a mí,
porque el Reino de Dios pertenece a los que son
como ellos.
J. Castillo A.
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