12º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A
Jr 20,10-13 - Rom
5,12-15 - Mt 10,26-33
Para ser misioneros que anuncien el Reino
de Dios y su justicia,
Jesús
nos dice: miren, yo les envío como ovejas en medio de lobos…
Luego
añade: ustedes serán odiados y perseguidos por mi Nombre…
Pero
también nos anima y nos da esperanza al decir: no tengan miedo,
y
nos pide que le reconozcamos ante la
gente, en vez de negarle.
No
tengan miedo
Anunciar el mensaje del Evangelio, no
solo con palabras
sino
con el testimonio de nuestras obras, no es una misión fácil;
sobre
todo, cuando defendemos los derechos de los más pobres.
Sin
embargo, en países con mayoría cristiana como el nuestro,
hay
“creyentes” que usan la religión
para mantener sus privilegios.
Además,
a muchos nos cuesta identificarnos con la
persona de Jesús,
que
fue calumniado, perseguido y crucificado como un delincuente.
Con
razón S. Pablo dice: Nosotros anunciamos
a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los griegos (1Cor 1,23).
Para
ser misioneros ligeros de equipaje, necesitamos renunciar:
-a
los títulos honoríficos que expresan grandeza y poder…
-a
los símbolos de metales preciosos y a la manera de vestir…
-al
sistema de aranceles y al exagerado secreto económico…
-a
las ambiciones terrenales y ataduras temporales… (Doc. Medellín).
Muy
diferente el testimonio de San Juan
Crisóstomo (350-407),
no
tiene miedo y por eso pregunta: Díganme, ¿qué podemos temer?
-¿La
muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.
-¿El
destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena.
-¿La
confiscación de los bienes? Sin nada venimos al mundo
y
sin nada nos iremos…
(cf. Job 1,21).
No temo la muerte ni envidio las
riquezas.
No tengo deseos de vivir, si no es para
el bien espiritual de ustedes.
Por eso, les hablo de lo que sucede
ahora exhortando su caridad,
para que tengan confianza. (Homilía antes
de partir al exilio).
Reconocer
a Jesús ante la gente
El Edicto de Milán, del 313, dado por el
emperador Constantino I,
pone fin a las persecuciones cristianas de los primeros
siglos.
Desde
entonces, el cristianismo pasa a ser religión oficial del Imperio.
Aparentemente
es algo bueno, sin embargo vale la pena examinar:
-¿se
trata de un momento favorable para los seguidores de Jesús?,
-¿cómo
se explica que los cristianos, después de tantas persecuciones,
empiezan
-en esa época- a llevar una vida
instalada y mediocre?,
-¿por
qué la Iglesia se iba haciendo cada vez más rica y poderosa?...
En
este contexto, el obispo francés S. Hilario
de Poitiers (315-368)
que
vivió en la época del emperador Constancio, hijo de Constantino,
reconoce
a Jesús
y denuncia “la hipocresía” de la autoridad política:
¡Oh Dios todopoderoso, ojalá me hubieses
concedido vivir
en los tiempos de Nerón o de Decio...!
Por la misericordia de Nuestro Señor
Jesucristo, tu Hijo,
yo no habría tenido miedo a los
tormentos…
Me
habría considerado feliz al combatir contra tus enemigos…
Ahora tenemos que luchar
contra el emperador Constancio,
un
perseguidor insidioso, un enemigo engañoso, un anticristo;
pues, -no nos apuñala por la espalda,
pero nos acaricia el vientre,
-no confisca nuestros bienes, pero nos
enriquece para la muerte,
-no nos encarcela, pero nos esclaviza
honrándonos en su palacio,
-no nos azota las espaldas, pero
destroza nuestra alma con su oro,
-no nos amenaza públicamente con la
hoguera,
pero nos prepara secretamente para el
fuego del infierno;
-no lucha, pues tiene miedo de ser
vencido,
al contrario, nos adula para poder reinar;
-confiesa a Cristo, para negarlo,
-trabaja por la unidad, para impedir la
paz,
-reprime las herejías, para destruir a
los cristianos,
-honra a los sacerdotes, para que no
haya Obispos,
-construye templos, para demoler la fe,
-lleva por todas partes tu nombre a flor
de labios y en sus discursos,
pero hace todo lo que puede para que
nadie crea que Tú eres Dios…
A ti Constancio te digo: luchas contra Dios y persigues a la Iglesia.
Mientes cuando te llamas cristiano, eres
un nuevo enemigo de Cristo.
Tu genio sobrepasa al del diablo, con un
triunfo nuevo e inaudito,
eres perseguidor sin hacer mártires (Contra
Constancio, n.17).
J. Castillo A.
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