Domingo XXIX, Tiempo Ordinario, ciclo B
Is 53,10-11 - Heb
4,14-16 - Mc 10,35-45
Comprometernos, como Jesús, para que haya
verdad donde hay
mentira,
libertad donde hay opresión, justicia donde hay corrupción,
paz donde hay violencia… tiene un
precio: persecución y muerte.
Sin
embargo, la última palabra la tiene Dios,
amigo de la Vida.
¿Pueden
beber el cáliz que yo voy a beber?
Cuando Jesús anuncia que en Jerusalén
será condenado a muerte
y
al tercer día resucitará, Santiago y Juan le piden: Concédenos
sentarnos
en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.
Jesús
no les promete nada, solo les pregunta: ¿Pueden
beber el cáliz
que yo he de beber o recibir el bautismo que yo voy a recibir?
Cáliz y bautismo se refieren a
su pasión, muerte y resurrección;
es
el camino que Jesús recorre para darnos vida plena.
Santiago
y Juan responden: Podemos. No se
imaginan que Jesús,
el
rey de los judíos,
será crucificado; y junto con Él crucificarán
a
dos ladrones, uno a su derecha y otro a su izquierda (Mc 15).
Todo
cambiará al recibir la fuerza del Espíritu Santo (Hch 2).
*Después
de sanar a un paralítico, Pedro y Juan
son detenidos.
Cuando
les prohíben hablar y enseñar en nombre
de Jesús,
Pedro
y Juan -llenos del Espíritu Santo- responden:
Nosotros
no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4).
*Al
ser encarcelados los apóstoles, el sumo sacerdote les interroga
diciendo:
Les hemos prohibido enseñar en nombre de
Jesús,
pero ustedes han difundido su doctrina
por toda Jerusalén y quieren
hacernos culpables de su muerte. Pedro y los apóstoles responden:
Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5).
*Más
tarde, Herodes Agripa I: Ordena perseguir
a algunos miembros
de la Iglesia. Hace degollar a Santiago, el hermano de Juan. Viendo
que esto agrada a los judíos, hace
arrestar también a Pedro (Hch 12).
El
seguimiento a Jesús hay que realizarlo entre: luces y sombras,
avances
y retrocesos, gozos y tristezas, esperanzas y angustias.
El
Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida
Los otros diez,
al oír esto, se enojan contra Santiago y Juan, porque
ellos
también tienen sus intereses personales. El seguimiento a Jesús
lo
están convirtiendo en un medio para tener privilegios terrenales.
Jesús,
como buen Maestro, aprovecha esta oportunidad para decirles:
*Los
jefes de las naciones dominan… y los poderosos oprimen…
Estas
palabras de Jesús atraviesan, hoy, la historia de muchos países
con
una población mayoritariamente cristiana. Es por eso que nuestros
obispos
piden: Que nuestra Iglesia esté libre de
ataduras temporales,
de complicidades y de prestigio ambiguo (Medellín,
1968, cap.16).
*A
continuación, Jesús añade: No será así entre ustedes, más bien
el
que quiera ser grande que se haga servidor de los demás.
Jesús
busca introducir en este mundo una comunidad diferente,
donde
no haya dominio y opresión. Se trata de hacer realidad
una
comunidad cristiana: -con un estilo de vida sencillo… -cercana
a
los pobres… -sin vestimentas ni títulos que expresen grandeza y
poder…
-con un rostro auténticamente pobre,
misionera y pascual,
desligada de todo poder temporal y
audazmente comprometida en la
liberación de todo el hombre y de todos
los hombres
(Medellín, cap.5).
*Luego,
hablando con el testimonio de su propia vida, Jesús dice:
El
Hijo del hombre vino a servir y a dar su vida en rescate de todos.
Siguiendo
las enseñanzas y obras de Jesús, comprometámonos para:
-que no haya niños sin nutrición suficiente, sin educación,
-que no haya campesinos sin tierra para vivir dignamente,
-que no haya trabajadores maltratados y disminuidos en sus derechos,
-que no haya explotación del hombre por el hombre o por el Estado,
-que no haya a quien le sobra mucho, mientras a otros les falte todo,
-que no haya tanta familia mal constituida, desunida, mal atendida,
-que no haya desigualdad en la administración de la justicia,
-que no prevalezca la fuerza sobre la verdad y el derecho,
-que no prevalezca jamás lo económico y lo político sobre lo humano.
(Juan
Pablo II, en Santo Domingo, 25 de enero de 1979).
Al
respecto, el Concilio Vaticano II, 1962-1965, nos sigue diciendo:
No impulsa a la Iglesia ambición terrena
alguna. Solo desea una cosa:
continuar, bajo la guía del Espíritu, la
obra misma de Cristo,
quien vino al mundo para dar testimonio
de la verdad, para salvar
y no para juzgar, para servir y no para ser servido (GS, n.3).
J. Castillo A.
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