Domingo XXX, Tiempo Ordinario, ciclo B
Jer 31,7-9 - Heb
5,1-6 -
Mc 10,46-52
Bartimeo es un hombre ciego, mendigo y
marginado. Sin embargo,
se
levanta, empieza a ver y sigue a Jesús, el Profeta
compasivo.
En
cambio, muchos preferimos vivir instalados
en la mediocridad,
cerrar los ojos a todo
sufrimiento, incapaces de seguir a
Jesús.
Muy
diferente cuando vivimos, como Jesús, sirviendo
y dando vida.
Jesús,
el Hijo de David, acoge a Bartimeo, el Hijo de Timeo
*Bartimeo a pesar
de ser ciego, tiene fe y espera
recuperar la vista.
Por
eso, una vez que Jesús le acoge, solo le pide una cosa: Ver.
Hermoso
testimonio para muchos que vivimos en
tinieblas y sombras
de muerte, pues no
vemos la opresión que hay en nuestro pueblo.
*Está
sentado, postrado al borde del camino, sobrante, desechable…
¿Es
justo que los campesinos e indígenas sean expulsados de sus tierras
para
vivir después en los cinturones de miseria de nuestras ciudades?
Ciertamente,
en todo este proceso, tiene una enorme
responsabilidad
el actual modelo económico que
privilegia el desmedido afán
por la riqueza, por encima de la vida de
las personas y los pueblos,
y del respeto de la naturaleza (DA, n.473).
*Pide
limosna. Su vida depende de las monedas que caen en su manto.
¿Hasta
cuándo los más pobres de nuestra sociedad dependerán
de ciertos ‘proyectos paliativos’ que no van a
la raíz del problema?
¡Ay de ustedes, maestros de la ley y
fariseos hipócritas! Pagan
el impuesto de la menta, del anís, y del
comino, pero descuidan
lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe.
Guías
ciegos, cuelan el
mosquito pero se tragan el camello (Mt 23).
*Al oír que Jesús pasa por aquel lugar,
Bartimeo se pone a gritar:
¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de
mí!...
Este grito se asemeja:
al
clamor que brota de millones de hombres, pidiendo
a sus pastores
una liberación que no les llega de
ninguna parte. “Nos estáis ahora
escuchando en silencio, pero oímos el grito que sube de vuestro
sufrimiento” (Medellín,
Pobreza de la Iglesia, n.2).
Muchos
tratan de hacerlo callar
Al escuchar los gritos de Bartimeo,
muchos tratan de hacerlo callar.
¿Será
porque no pueden “oír con tranquilidad” las palabras de Jesús?
Como
siempre, el grito de los pobres molesta:
a los jefes de las
naciones
que dominan, y a los poderosos terratenientes que oprimen.
Jesús se detiene. El profeta de
Nazaret no puede seguir su camino,
como
hicieron los funcionarios del templo al ver a un herido abandonado.
Los
seguidores de Jesús tampoco podemos seguir caminando,
sin
escuchar el clamor de los pobres y el
clamor de la tierra (LS,49).
Cuando
Jesús dice: Llámenlo, las personas
que trataban de marginar
al
ciego, le llevan esta Buena Noticia: ¡Ánimo, levántate, te llama!
-Ánimo: es poner esperanza donde parece
que todo está perdido.
-Levántate: es el comienzo de un cambio
de vida, de una conversión.
-Te llama: Jesús que vino a salvar lo que
está perdido, sigue llamando.
¿No
es esto lo que muchas personas necesitan escuchar de nosotros?
Bartimeo
sigue a Jesús por el camino
Bartimeo deja su manto, se levanta, se
acerca a Jesús y le suplica:
Maestro,
que yo pueda ver.
Viendo a Jesús su vida cambiará.
Jesús
le dice: Vete, tu fe te ha salvado. Y
al instante recobra la vista.
Hoy
hacen falta discípulos que actuando como Jesús puedan decir:
Los ciegos ven, los cojos caminan, los
leprosos quedan sanos,
los sordos oyen, se anuncia la Buena
Noticia a los pobres
(Lc 7,22).
Ciertamente,
muchas cosas cambiarían si los últimos de la sociedad,
los
insignificantes, pudieran: ver, oír, hablar, levantarse, caminar.
Después
de recobrar la capacidad de ver, Bartimeo sigue a Jesús.
Recordemos
que antes un hombre se aleja triste porque era muy rico.
Bartimeo,
en cambio, se despoja de su manto, el único bien que tiene;
es
su abrigo para el frío y es su cobija para dormir (Ex 22,25-26).
Además,
en ese manto recibía la limosna que ahora ya no la necesita.
En
nuestra sociedad consumista, hace falta despojarnos de las cosas
superfluas…
Solo así, ligeros de equipaje,
seguiremos a Jesús pobre.
Hagamos realidad el llamado que nos hace
el Concilio Vaticano II:
La Iglesia abraza con su amor a todos
los afligidos por la debilidad
humana; más aún, reconoce en los pobres
y en los que sufren
la imagen de su Fundador pobre y
paciente, se esfuerza en remediar
sus necesidades y procura servir en
ellos a Cristo
(LG, 8).
J. Castillo A.
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