Santísima Trinidad (ciclo B)
Dt 4,32-40 - Rom
8,14-17 - Mt 28,16-20
Necesitamos quitar de nuestras mentes y
corazones, la falsa idea
de
‘un dios’ lejano y castigador que busca ritos, ceremonias, adornos.
Para
Jesús, a quien debemos escuchar, Dios es un Padre que está
con
nosotros, nos ama, hace salir el sol
sobre malos y buenos (Mt 5).
Es
por eso que Jesús, el Hijo amado de
Dios, vino a este mundo
para
dar vida a sus hermanos que sufren hambre, sed… (Mt 25).
Allí
donde hay tinieblas… dejémonos guiar por el Espíritu Santo,
el
Espíritu de la verdad que procede del Padre y del Hijo (Jn 16),
Dios
es Padre que ama la vida
La tierra, creada por Dios Padre, amigo
de la vida (Sab 11,26),
ha
sido entregada al hombre y a la mujer para cuidarla y cultivarla,
de
manera que sus frutos estén al servicio de
toda la humanidad.
Sin
embargo, el egoísmo de personas y grupos transnacionales
dan
más importancia al crecimiento económico y al consumismo,
poniendo
en serio peligro la vida en el planeta. Por eso, cuando:
-gran
parte de nuestro país está concesionada a empresas extractivas...
-se
expulsa a campesinos e indígenas de la tierra donde nacieron…
-se
destruye lagunas para que sean depósitos de desechos tóxicos…
-se
sigue envenenando la atmósfera y destruyendo el ambiente…
¿podemos
permanecer indiferentes?
Ojalá
tomemos conciencia que nuestra agricultura y ganadería
es
más valiosa que los minerales que ahora se extraen. En efecto,
esos
minerales no son renovables, en cambio la flora y la fauna
son
renovables, siempre y cuando seamos capaces de cuidarlas.
Que
se extraigan los minerales y recursos no renovables… pero,
sin
poner en peligro los renovables que pueden durar para siempre.
Solo
así, con San Francisco de Asís, daremos gracias a Dios
diciendo:
Alabado seas, Señor, por nuestra hermana
madre tierra,
la cual nos sustenta y gobierna, y
produce muchos frutos…
Y
vio Dios que todo lo que había hecho era muy bueno (Gen 1,31).
Dios
es Hijo que acoge a la gente sencilla
Considerando las consecuencias de la
destrucción del ambiente,
las personas sencillas que viven en
las comunidades campesinas,
son
las que están pagando, injustamente, un precio muy alto;
y,
lo que es peor, son despreciadas, calumniadas, perseguidas…
En
cambio, ‘los sabios y entendidos’ que
se han beneficiado,
destruyendo
a la madre tierra y explotando a los indefensos,
están
mejor preparados para defenderse de los efectos de esta crisis.
Al
respecto, escuchemos las palabras de Jesús,
el Hijo de Dios:
En aquella ocasión, Jesús tomó la
palabra y exclamó:
Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de
la tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos,
y
las has dado a conocer a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor (Mt 11,25s).
Así
es, la
gente sencilla, insignificante y sin grandes conocimientos,
tienen
un proyecto: defender la vida del ser
humano y de la tierra.
Cosa
que no sucede con ‘los entendidos’
que dominan este mundo.
Dios
es Espíritu que nos guía hacia la verdad
En una sociedad, mayoritariamente
cristiana como la nuestra,
es
lamentable que se va incrementando: mentira, corrupción, robo,
explotación
del hombre por el hombre… Es el reino de las tinieblas.
En
este contexto, dejémonos guiar por el Espíritu
de la verdad,
como
lo hicieron las primeras comunidades cristianas:
La multitud de los creyentes tenía una
sola alma y un solo corazón.
Nadie consideraba sus bienes como
propios, sino que todo lo tenían
en común. Con gran energía daban
testimonio de la resurrección
del Señor Jesús. No había entre ellos
ningún necesitado, porque los
que poseían campos o casas, los vendían
y entregaban el dinero a los
apóstoles, quienes repartían a cada uno
según su necesidad
(Hch 4).
Reflexionemos
en las siguientes palabras del Papa Francisco:
El mundo necesita los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz,
paciencia, afabilidad, bondad, lealtad,
modestia, dominio de sí (…).
Reforzados por el Espíritu Santo y por sus múltiples dones, llegamos
a ser capaces de luchar, sin concesión
alguna, contra el pecado
y la corrupción; y de dedicarnos con
paciente perseverancia
a las obras de la justicia y de la paz (Homilía, 24
mayo 2015).
J. Castillo A.
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